08 abril 2007

LA CRUZADA DE LAS RELIGIONES CONTRA EL SEXO.

Es una de las actividades más placenteras para el ser humano, y al mismo tiempo de las más pecaminosas. Las grandes religiones por lo general se han encargado de reglamentar la práctica de la sexualidad hasta sus más mínimos detalles, y consideran ésta como una especie de ofensa hacia Dios. El Ojo de la Eternidad explica el interés de las grandes religiones por proscribir el sexo en la vida de las personas.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: "Júpiter e Io", oleo pintado por Correggio en 1531. Pocas pinturas reflejan tan bien el mito de la doncella poseída por un dios como ésta. Los antiguos dioses griegos solían cometer toda clase de trapacerías sexuales, pero después vinieron otros griegos que miraron tales cosas con bastante repugnancia, por cuestiones de moralina].

EL LAZO ENTRE LA RELIGIÓN Y LA SEXUALIDAD.
Suena difícil para algunos que la religión y el sexo puedan ir unidos. Después de todo, se supone que la religión defiende valores como la pureza, la abstinencia, la castidad... Todo lo contrario a lo que significa disfrutar de una vida sexual relajada y cómoda. Y sin embargo, el lazo es más profundo de lo que pareciera.
Es una necesidad psicológica del ser humano el sentirse conectado o unido con algo que sea superior. Las razones de esto no son demasiado claras, pero probablemente tenga que ver con la protección que sólo un "algo" superior puede brindar. Ese algo superior era inicialmente la tribu, pero a medida que se fue desarrollando la vida civilizada, los predicadores de la religión fueron creando nuevos "algos" aún más superiores a los cuales sentirse acogido, incluyendo la "madre patria" y la "cofradía de quienes adoramos a un mismo dios". Es este algo superior, llámese tribu, patria o religión, lo que proporciona ese sentimiento de conexión y pertenencia que, a su vez, es una herramienta de supervivencia, ya que el conectado, el que pertenece a algo o a alguien, es también una persona protegida, que tiene una red social que lo va a apoyar en el momento de la desgracia.
La otra manera de buscar conexión, que se desarrolló en la vida civilizada, es la búsqueda de pareja. Durante el acto sexual, el cerebro libera una cantidad brutal de endorfinas, un neurotransmisor que opera como una droga, tranquilizando a la persona. Exactamente igual que una persona conectada a la tribu, a la patria o al dios. El conflicto está servido, por supuesto. Las religiones, en tanto explicaciones absolutas y totalizantes sobre la vida, buscan siempre inmiscuirse en todos los asuntos sociales, y en particular, eliminar o controlar toda posible amenaza contra su poder. Y esto incluye a aquellas experiencias que pueden proporcionar caminos alternativos a los de la fe: el sexo, particularmente.

EL SEXO EN LAS ANTIGUAS CULTURAS.
Las religiones más antiguas no reprobaban necesariamente el sexo. Esto tiene una explicación obvia. En el mundo antiguo, cada comunidad tenía su propia religión particular, y si un culto se ponía demasiado exigente con las prácticas sexuales, cabía la posibilidad de que sus fieles terminaran por migrar hacia una religión vecina. Es lo que pasaba con el Yavé bíblico, cuyo puritanismo sexual le abría espacio al culto más sexualizado de los baales, harto más atractivos para los campesinos hebreos.
De todas maneras, todas las religiones, incluso los pecaminosos cultos paganos antiguos que describe la Biblia, han tratado de canalizar la energía sexual dentro de la religión. De ahí que al sexo se le haya despojado de su matiz natural, y lo haya ritualizado densamente. El ritual más clásico, y que no fue un invento judeocristiano, sino muy anterior, es el matrimonio (al cual ya nos referimos en El Ojo de la Eternidad). Cuando las mujeres, por su capacidad de parir hijos, se convirtieron en moneda de cambio social entre patrimonios, debió inventarse una manera de asegurar un "derecho de propiedad" sobre este "medio de producción", de hijos en este caso, y ese derecho de propiedad fue el matrimonio, que fue primero un contrato, y luego un sacramento. Por supuesto que los sacerdotes, como garantes del orden social establecido, intervinieron y dotaron al matrimonio de un denso fundamento religioso.
Pero en las mujeres consagradas a los dioses, el parto de nuevos niños era un problema, ya que esos niños podrían eventualmente llegar a hacer reclamaciones patrimoniales contra el culto. Se inventó entonces el ritual de la "prostitución sagrada", en el cual la sacerdotisa vendía su cuerpo (convenientemente preparado con perfumes y aceites, claro está) a los clientes que pagaran una suma al templo. Si un hijo nacía, era consagrado al dios. Otros llegaron aún más lejos, ordenando el celibato absoluto de la sacerdotisa. Fue ése el caso de las vestales, sacerdotisas consagradas a la diosa Vesta en la antigua Roma, o de las "vírgenes del Sol" en el Imperio Inca. Esa es también la solución de la Iglesia Católica, al ordenar el celibato de las monjas (y los sacerdotes también, de paso). El antiguo Derecho Canónico llegaba a llamar "hijos de dañado ayuntamiento" a los que nacieran hijos de sacerdote o monja, y carecían de todo derecho, como ilegítimos o bastardos.
Incluso religiones consideradas clásicamente como permisivas en lo sexual, como el Hinduismo, miraron al sexo como algo que debía ser regulado, y puesto a disposición del encuentro con la divinidad. Esto llega al colmo en las variantes Tantra del Budismo, religión que por su parte también recomienda la abstinencia, o al menos la moderación sexual.

LA SEXUALIDAD EN EL MUNDO JUDEOCRISTIANO.
El primitivo culto de Yavé era bastante similar al de otras religiones llamadas comúnmente "dioses del trueno". Pero una serie de circunstancias hicieron cambiar el panorama. Durante el reinado de David y Salomón, fieles defensores de la ortodoxia de Yavé, los sacerdotes habían conocido días de esplendor, pero éstos se acabaron cuando el reino se partió a la muerte de Salomón. En respuesta, los sacerdotes dijeron que tal desgracia se remediaría cuando el pueblo volviera a la obediencia de Yavé, y por supuesto, de los "verdaderos" sacerdotes del "verdadero" Dios. Esto, porque los hebreos muchas veces se volvían hacia los baales, sexualmente menos puritanos, e incluso los propios reyes, para congraciarse con pueblos vecinos que podían ser potenciales enemigos, tomaban a dioses extranjeros como parte del culto. Y todo esto iba en desmedro, por supuesto, del poder de la casta sacerdotal dedicada a Yavé. Yavé se convirtió entonces en un dios celoso, que castiga la desobediencia hasta la tercera o cuarta generación, y una de las primeras víctimas de los celos de Yavé fue la sexualidad.
Esto no es raro. Entre gentes tan legalistas como los sacerdotes de Yavé, la idea de que hubiera sexo fuera del contrato matrimonial era indigna. Además, era una manera de diferenciarse de los cultos de la naturaleza de los baales, ya que en esa época, los sacerdotes estaban abocados a diseñar un Yavé trascendente sobre toda la Creación, dueño y señor de la historia. Y muy en particular, tenían en la mira a una diosa conspicua y evanescente, que en ese tiempo hacía sombra sobre Yavé: Aserah. Esta Aserah era una manifestación de la antigua Gran Diosa Madre, y se correspondía con la Astarté fenicia, la Arinna hitita y la Istar babilónica. Y su culto, como buen culto de la naturaleza, tenía un fuerte componente sexual. De esta manera, los sacerdotes de Yavé adoptaron el puritanismo sexual como una manera de diferenciarse de la competencia. El triunfo definitivo lo obtuvieron con Josías, rey de Judá entre 622 y 596 AC aproximadamente, quien mandó derribar todos los troncos sagrados dedicados al culto de Aserah.
Posteriormente, el Cristianismo heredó, y aún magnificó, todo este aspecto del puritanismo sexual. Al concebir el matrimonio como sacramento, incrementó la persecusión de las relaciones sexuales prematrimoniales o extramatrimoniales, con lo cual ayudó a crear un orden social más rígido y con los derechos patrimoniales bien marcados y delimitados, aunque con notable indulgencia hacia los pecados de la carne de los aristócratas, y en particular de los reyes. Además, descubrió que el celibato sacerdotal era un estupendo negocio, porque todos los bienes que heredaran los sacerdotes, al no tener éstos herederos, pasarían a engrosar las arcas eclesiásticas. El celibato sacerdotal partió siendo una recomendación, pasó después (en la época del Papa Alejandro III, en el siglo XII) a ser una medida disciplinaria, y en el siglo XVII se transformó en una cuestión de fe. Y así es como sigue.

¿Y AHORA...?
En general, la batalla de la religión contra la sexualidad puede considerarse perdida. El impulso sexual es demasiado fuerte como para ser anulado por una mera imposición cultural. Si no fuera así, la Humanidad habría dejado de reproducirse hasta la extinción, mucho antes de la llegada de los tiempos históricos. No sólo las grandes religiones han tenido que contemporizar con el impulso sexual, sino que además han tenido que hacer la vista gorda con los pecados carnales de reyes y poderosos, y eso cuando no son los propios sacerdotes quienes incurren en el pecado de lujuria. De ahí también que, periódicamente, resurjan cultos más permisivos con la sexualidad, entre ellos el neopaganismo y el Tantra. En tiempos más antiguos, los cultos de la naturaleza, de una marcada connotación sexual, encontraron concreción en el satanismo, cuyo ritual de adoración del macho cabrío respondía justamente a la búsqueda de un símbolo de fertilidad. No en balde, la Iglesia perseguía a las orgías satánicas por actos de concupiscencia carnal.
En ese sentido, la opción de reprimir la sexualidad es, en cierta medida, signo de una enfermedad mental. No es necesario llegar a los extremos patológicos de Orígenes de Alejandría (siglo III), que según cuenta una leyenda, siguiendo el mandato bíblico de que si tu ojo te escandaliza, debes sacártelo para entrar tuerto en el reino de los cielos, y no con buena vista el infierno, se castró a sí mismo, escandalizado de sus propios impulsos sexuales. Ni a los de Agustín de Hipona, que después de una vida de desenfrenada sexualidad de joven, se volvió tan puritano que consideró como pecaminoso incluso el sexo dentro del matrimonio (aunque necesario, para mantener a la raza humana). Ya hemos comentado que Benedicto XVI, en su primera encíclica, basó su tesis sobre el amor en dos profetas bíblicos tan enfermizos sexualmente como son Oseas y Ezequiel. Y mientras haya gente así, habrá mercado para las religiones que busquen limitar, restringir, y si es posible eliminar, la vida sexual de las personas.

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