31 diciembre 2006

EL MATRIMONIO Y LA RELIGIÓN.

Para los católicos, la ecuación entre matrimonio y religión no debería resultar una sorpresa. Después de todo, el matrimonio es uno de los siete sacramentos reconocidos por la Iglesia Católica. Sin embargo, la simbología en torno al matrimonio es mucho más rica y más profunda, y sus formas sociales han ido cambiando acorde no sólo a las necesidades de cada tiempo, sino también merced al espíritu religioso humano. El matrimonio es una columna vertebral para cualquier sociedad, y de ahí el extraordinario interés de las religiones por regularlo y santificarlo. Como una manera especial de despedir el año 2006, El Ojo de la Eternidad cuenta la historia religiosa del matrimonio.


[IMAGEN SUPERIOR: "Festín de las bodas de Caná". Oleo de Paolo Veronese, pintado el año 1563, refleja el polémico episodio evangélico que recoge el Evangelio de Juan].

EL MATRIMONIO.
Sin lugar a dudas, una de las instituciones más extendidas por toda la Tierra es la del matrimonio. Prácticamente no hay cultura, desde los pueblos más primitivos hasta las civilizaciones más sofisticadas, que no haya conocido esta forma de relación entre personas. Y allí donde éste no se podía dar, hubo que inventarlo: así, por ejemplo, los esclavos romanos, al no poder contraer matrimonio porque éste sólo estaba reservado para las personas (es decir, para los hombres libres). podían acceder a una versión módica llamada el connubio. No es raro entonces que las religiones se hayan preocupado de regularlo y reglamentarlo con tanta prolijidad, y que éstas hayan puesto el grito en el cielo cuando las sociedades seculares intentaron introducir la novedad del matrimonio civil. El cual, por cierto, conserva muchos caracteres propios del matrimonio religioso, en muchas partes. Pero vamos paso a paso.
El matrimonio fue un invento necesario, en particular frente a los problemas que se produce con los bienes de un muerto, a la hora de repartirlos entre los herederos. También está en juego la cuestión de la legitimidad de los hijos, algo sumamente importante en particular en las culturas primitivas (civilizadas o no), ya que en ellas, son los hijos quienes deben cuidar de los adultos mayores, ya que no existe seguro social ni jubilación.
Parece ser que el matrimonio se desarrolló en íntima ligazón con el tema sexual. Cuando se descubrió que el hombre tenía que ver con la procreación, las mujeres pasaron a ser objeto de apoderamiento, como fábricas de algo que los propios hombres no podían proveerse por sí solos: hijos. El medio legal inventado para ello fue, justamente, el matrimonio. Esta idea de que el matrimonio es un contrato, persiste hasta el día de hoy, sin perjuicio de la opinión de la Iglesia Católica, que lo considera no como tal, sino como un sacramento.

Y ENTONCES LLEGARON LAS RELIGIONES.
No está clara la manera en que el concepto de matrimonio evolucionó a través del tiempo. Es claro que se trata de un contrato, para muchas culturas, ya que en éstas debía pagarse un precio por la novia: la dote (en algunos casos es al revés). En no pocos casos, el que podía permitirse el lujo de comprar más de una esposa, lo hizo, surgiendo de esta manera la poligamia, cuya manifestación más espectacular son los harenes. A pesar de que se asocia el harén con el Imperio Otomano u otras potencias musulmanes, no fue ni con mucho éste el único: han pasado también a la fama las concubinas del Emperador chino y sus intrigantes eunucos, o los grandes harenes de los faraones egipcios, o las famosas 300 esposas y 700 concubinas que la Biblia menciona como pertenecientes al rey Salomón (1-Reyes 11:1-3). Generalmente, la poligamia involucra a un hombre con varias mujeres (poliginia), pero la situación inversa de una mujer con varios maridos (poliandria) no se ha dado en casi ninguna sociedad civilizada, lo que es una prueba más de que el matrimonio como contrato implica "apoderarse" de la mujer.
Las religiones vinieron en muchos casos a dar sanción religiosa a todo este régimen. Las más de las veces, esto sucede de manera indirecta. Por ejemplo, el celebérrimo Código de Hamurabi contiene varias normas relativas al matrimonio (¡y al adulterio!), y el Código en masa ha sido sancionado nada menos que por Shamash, el dios del Sol, según el propio Hamurabi, por supuesto. El Corán, por su parte, basado en la situación histórica de que Mahoma tuvo cuatro esposas, consagró el derecho de todo buen musulmán, varón por supuesto, a tener justamente esa cantidad de esposas, esto no obstante la tolerancia hacia el concubinato con más mujeres, base de los famosos harenes orientales.
En cuanto al Cristianismo, la Iglesia Católica considera al matrimonio como un sacramento, no meramente como un contrato. Y esto tiene consecuencias. Un contrato es, en principio, disoluble por voluntad de ambas partes, algo que la Iglesia Católica no permite respecto del matrimonio (sin perjuicio del no muy santo negocio de las nulidades eclesiásticas). En el Derecho Romano se permitía incluso el repudio, esto es, despedir a la esposa sin mayores contemplaciones, algo que también tiene que ver con la naturaleza contractual del matrimonio entre los romanos, algo que la Iglesia Católica combatió desde siempre.
En el fondo, todo esto no es más que una gran maraña de intereses que podríamos llamar "corporativos". La institución del matrimonio permitía a los grupos encumbrados hacer negocio, enlazando fortunas familiares casando a los herederos respectivos, o bien trabando enlaces dinásticos. La mujer se transformó así, bajo sanción religiosa, en objeto de intercambio, en moneda social. El matrimonio por amor era, en aquellos años, algo impensable.

EL SIMBOLISMO DEL MATRIMONIO.
Irónicamente, a pesar de este carácter de mecanismo social de distribución y negociación de riquezas, el matrimonio desarrolló en torno suyo toda una iconografía como la sublimación de los más grandes y puros amores. Y a través de esto, como símbolo de la unión entre el hombre y Dios.
En la Mitología Griega, esto encuentra concreción en la idea del "matrimonio por rapto". Siendo todos los matrimonios generalmente acordados, la única manera de casarse con alguien a quien se amara en verdad era raptando a la novia. De ahí la larga retahila de raptos que recuerda la Mitología Griega, y que en verdad acaban en matrimonio, o al menos en amoríos.
Fuera del rapto de Helena, esposa de Menelao, por Paris, el príncipe troyano, incidente que desencadenó la Guerra de Troya, el más emblemático de éstos es el rapto de Perséfone por Hades. Para los cánones modernos puede parecer repelente la noción de que el dios del Infierno busque esposa raptándola por la fuerza, pero situados en el contexto griego, esto es lo más semejante a una historia de amor. En el matrimonio de Perséfone y Hades (o Proserpina y Plutón, en la nomenclatura romana) está presente todo el simbolismo del matrimonio y el amor identificados con la muerte: Perséfone goza de su doncellez e inocencia en el mundo exterior, en la pradera, jugueteando con flores, cuando es raptada por Hades y llevada a los infiernos, lugar en el cual contraerá matrimonio y pasará a ser la princesa de los avernos.
Esta relación entre matrimonio y muerte es muy característica de muchas culturas, pero también el matrimonio, como unión de contrarios, el principio masculino y el femenino, ha sido usado como simbolismo de la unión cósmica, de la trascendencia suprema y del encuentro del hombre con su Creador.
Así es como, por ejemplo, pasó el libro "Cantar de los Cantares" desde la tradición judaica, en donde era un poema de delicado erotismo entre una novia y un novio, hacia la tradición cristiana, que se empeña en leerlo como una alegoría de la relación entre la Iglesia y Cristo.
Ideas similares han sido desarrolladas con posterioridad por otros autores, quienes de una manera u otra han usado el simbolismo del matrimonio como una metáfora sobre una forma de unión más trascendente con la realidad, que la meramente sensorial. Esta es la razón por la que el concepto de matrimonio aparece tan vinculado a obras de carácter ciertamente oscuro o esotérico, como es el caso de "Las bodas alquimísticas de Christian Rosenkrautz", o "El matrimonio del cielo y del infierno" de William Blake.

SECULARIZACIÓN.
No es raro entonces que, cuando se produjo la Revolución Francesa, con su arrolladora corriente secularizante, una de las primeras víctimas fue el matrimonio religioso. Fue en este tiempo que surgió el matrimonio civil, y volvió a hablarse en la Cristiandad de divorcio, institución existente en otras culturas, pero que la Iglesia Católica ha repudiado vivamente (salvo el hecho de las nulidades eclesiásticas, insistimos). Tan libre fue este régimen, que en la Francia de la última década del siglo XVIII, el divorcio se puso literalmente de moda. La idea de que el matrimonio es un contrato, y no una institución sacra o religiosa, es algo que los revolucionarios franceses tomaron de los romanos, por supuesto, como muchas otras cosas.
Pero a la larga, esta arremetida secularizadora quedó un tanto a medio camino. La idea de que el matrimonio es algo más, quizás algo sagrado, está demasiado arraigada en la gente como para que ésta lo abandone de buenas a primeras. En ese sentido, el matrimonio, a pesar de sus prosaicos orígenes como un simple mecanismo de negociación económica, se las ha arreglado para sobrevivir, y no es descabellado suponer que así seguirá siendo en el futuro.

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