17 septiembre 2006

EL DISCURSO DE RATISBONA: LOS MUSULMANES CONTRA BENEDICTO XVI.

El pasado 12 de septiembre, en el marco de su segunda gira apostólica por Alemania, Benedicto XVI pronunció un discurso en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona, que a la larga resultaría enormemente polémico e incendiario. No pocos grupos musulmanes han protestado, e incluso alguno ha lanzado amenazas de muerte contra Benedicto XVI. ¿Es realmente para tanto? El Ojo de la Eternidad inspecciona y comenta el contenido del discurso de Benedicto XVI, para explicar el motivo de tanto alboroto.


[IMAGEN SUPERIOR: Benedicto XVI es recibido en Alemania, durante su segunda gira como Papa por dicho país, en Septiembre de 2006].

NOTA: Ya que el contenido de este posteo versa sobre un discurso de Benedicto XVI y sus consecuencias, nuestros lectores podrían querer leerlo de primera mano. Para echarle un vistazo, pueden consultarlo en los siguientes enlaces:
En castellano, aquí.
En inglés, aquí.
En italiano, aquí.
En alemán, aquí.

LA SEGUNDA GIRA DE BENEDICTO XVI A ALEMANIA.
Cuando el anciano Joseph Ratzinger fue entronizado (o, según las malas lenguas, se entronizó él mismo usando palos blancos dentro del Colegio Cardenalicio), muchos se preguntaron sobre si iba a emprender tantas giras como Juan Pablo II en su tiempo. A un año y medio de Papado de Benedicto XVI, la respuesta es clara: sus viajes han sido mucho más medidos, y harto menos mediáticos. Es cierto que su primer viaje, a su Alemania nativa, fue cubierto hasta la saciedad por los medios (no insistiremos en ello, porque le dedicamos en su tiempo un posteo en El Ojo de la Eternidad), pero sus otras giras han pasado bastante desapercibidas. Su viaje a España no estuvo exento de polémica, por algunas declaraciones algo contundentes sobre la familia y la relatividad moral, pero como se trataba de algo más o menos esperable, considerando la vieja tosudez de Benedicto XVI en insistir sobre temas valóricos, a despecho de otra clase de problemas más urgentes como la sobrepoblación mundial o la reforma interna de la Iglesia Católica, el asunto no pasó a mayores.
Pero la nueva gira de Benedicto XVI a Alemania volvería a encender la mecha. A diferencia de su primer viaje, en el cual Benedicto XVI se presentó como un rockstar al más puro estilo Marilyn Manson, o bien el protagonista ficticio del filme "The Wall" de Alan Parker y Pink Floyd, en esta ocasión debía ser un viaje mucho más recogido y menos mediático. Por supuesto que arreciaron las presentaciones públicas y los discursos, pero éstos han sido menos recogidos por los medios, y la organización en general se ha preocupado no tanto de acarrear gente, como de producir hitos simbólicos.
Desde este punto de vista, es toda una sorpresa que el escándalo mayor del segundo viaje de Benedicto XVI a Alemania haya sido producto de un discurso que, en realidad, bien leído, no tiene nada de incendiario. O por lo menos, no es tan explosivo como otros más destemplados que Benedicto ha pronunciado. El objetivo del discurso de Benedicto XVI no tenía nada que ver con la lucha religiosa entre el Islam y el Catolicismo. Y sin embargo, muchos musulmanes se tomaron muy a mal las palabras de Benedicto XVI. Y no sólo grupos integristas islámicos lo hicieron así: incluso el rey de Marruecos llegó al extremo de retirar a su embajador en el Vaticano, en protesta por el discurso. La gran pregunta, considerando que los únicos hispanohablantes que se han dado el trabajo de leer de punta a cabo el discurso de Benedicto XVI son algunos católicos fanáticos, y también la redacción de El Ojo de la Eternidad, es entonces ¿era realmente para tanto?

LO QUE BENEDICTO XVI DIJO EN LA UNIVERSIDAD DE RATISBONA.
El discurso de Benedicto XVI era en esencia bastante pacífico, o al menos mucho más de lo que es habitual en él. El esqueleto estructural en torno al cual gira la disquisición del discurso, es el problema de la relación entre la razón y la fe. Como es un discurso dirigido a estamentos universitarios, y a varios científicos, toca por supuesto el tema de la racionalidad científica y la fe. Y el hilo conductor que eligió para enhebrar todos sus tópicos, es el problema de si la naturaleza de Dios es plenamente racional.
Debe decirse que en este caso, el discurso de Benedicto XVI sigue un zigzag bastante complicado. Después de algunos preliminares a cargo de sus remembranzas de la vida universitaria en Ratisbona, en donde hizo clases décadas atrás, Benedicto XVI entra en un viejo debate, que envolvió a Manuel II Paleólogo, emperador bizantino del siglo XIV, con un erudito persa. La materia del debate es el problema de la legitimidad de la conversión a una religión determinada por medio de la fuerza, en general, y en particular de la guerra santa como método para propagar la fe. La postura defendida por Manuel Paleólogo es que propagar la fe verdadera (cualquiera sea ésta) por medio de la violencia es abiertamente irracional, y por lo tanto, ilegítimo, ya que actuar de un modo no racional es contrario a la naturaleza misma de Dios. Pero, añade citando al autor que recopiló el discurso de Manuel II Paleólogo, el erudito persa podría bien no estar de acuerdo, porque en la tradición cristiana, Dios y la razón se identifican plenamente, mientras que en la tradición musulmana Dios es trascendente e inmanente, y por tanto, Dios trasciende toda posible razón humana.
Aquí es donde recién Benedicto XVI entra en materia. El resto del discurso describe la tensión entre estos dos posibles extremos (un Dios que por ser racional, debería en principio sacrificar su inmanencia, por una parte, y por la otra, un Dios inmanente que no está encadenado a nada, ni siquiera a lo que es bueno, verdadero o racional). El primer camino es el propio del ethos cristiano, según Benedicto. Describe así latamente como la fusión de la tradición filosófica griega y la tradición religiosa bíblica llevaron a la identificación de la Palabra de Dios con el logos griego. Ahora bien, en griego logos tiene una connotación no sólo de palabra, sino también de algo racional (logos es, en griego, lo contrario de pathos, que significa aproximadamente sentimiento o dolor). Durante el resto del discurso, describe como dicha creencia fue puesta en tela de juicio por algunos teólogos medievales, que defendieron el inmanentismo prescindiendo incluso de la idea de un Dios racional, y después por los sucesivos embates de la Reforma y otras corrientes que buscaban "deshelenizar" a la religión, y como parte de su programa, privar a Dios de su aspecto racional.
Los planteamientos de Benedicto XVI son, por supuesto, sumamente discutibles, partiendo por el hecho de que no parece haber manera racional alguna de defender la existencia de Dios, y por tanto, presuponer que Dios es alguien racional es, como mínimo, algo temerario. Pero se ajustan a la más estricta ortodoxia cristiana, toda vez que, como el propio Benedicto se encarga de recordar, la Palabra de Dios que crea el mundo en el Génesis (el Verbo) es identificado con el Logos racional griego. Pero en lo que mira al escándalo, es bien obvio que la idea principal de Benedicto pasa muy de lejos por la crítica contra los musulmanes. La alusión a éstos es bastante parcial, está contextualizada de la cita de un emperador largo tiempo ya muerto, y en realidad está dirigida a un núcleo de catedráticos universitarios a quienes el tópico musulmán deja más bien indiferente, en vez del realmente importante, a saber, cuál es el papel de la religión con respecto a la racionalidad científica en particular, y a la racionalidad en términos amplios, en general. En ese sentido, es claro que los musulmanes, o al menos los musulmanes extremistas que han amenazado con un atentado terrorista contra Benedicto XVI, se han tomado demasiado a pecho afirmaciones de las que, por una vez en la vida al menos, Benedicto XVI parece ser inocente de la intención de injuriar. Y si la inclusión de la historia de Manuel Paleólogo era intencional, para denostar con la sutileza sibilina de los teólogos a la religión musulmana, entonces esta alusión resultó tan etérea que bien los musulmanes podrían haber prescindido perfectamente de ella, sin darse por enterados. Entonces, ¿por qué tanto revuelo a causa un discurso que verdaderamente no lo merece...?

UN NUEVO EPISODIO EN EL HISTORIAL DE DESENCUENTROS.
Cuando hay madera seca suficiente, basta el más miserable de los fósforos para incendiar un bosque. Quizás este discurso en sí mismo sea una nadería, pero es innegable que el revólver estaba cargado desde hacía bastante tiempo. Y aunque Benedicto XVI sea en verdad inocente de la posible mala intención que este discurso pudiera tener hacia los musulmanes, lo cierto es que su arrogancia y prepotencia son las que lo han colocado en un pésimo pie para tratar con el mundo islámico.
La actitud de Benedicto XVI hacia los musulmanes no ha sido condenatoria del todo, es cierto, pero por otra parte ha sido bastante ambivalente. El sello característico de Benedicto XVI, como teólogo primero, y en menor medida como Pontífice después, ha sido un fundamentalismo depredador. Todo aquello que difiere de su santa opinión sobre cualquier tema ético o moral, Benedicto XVI lo califica de relativismo, y lo condena como tal sin más. El verdadero pecado de Benedicto se trasunta bien en su discurso, leyendo entre líneas: quizás no es una condena contra los musulmanes en general, pero hay una sutil identificación entre el Islam y una posición inmanentista que Benedicto descalifica de inmediato como irracional. Una de las conclusiones que pueden extraerse del discurso de Benedicto, es que el Islam es una religión eminentemente irracional, y el Cristianismo, al menos en su versión católica, una eminentemente racional, porque el Cristianismo tiene como herencia el logos griego, y el Islam no. Esto está en concordancia con la actitud displiscente de Benedicto contra todos aquellos quienes no sostienen sus ideas, y que se vertió en la durísima persecusión que emprendió en su época contra la Teología de la Liberación, por ejemplo.
Por otra parte, Benedicto XVI ha actuado ciertamente con hipocresía al condenar la violencia. El mismo ha manifestado un furor paulino en reprimir a aquellos quienes no piensan como él, pero no ha tenido empacho en condenar la violencia del terrorismo religioso. Aunque el terrorismo religioso sea algo malo, no es Benedicto XVI la persona que tiene mayor autoridad moral para atacarlo. Y esto, los musulmanes lo resienten.
Por otra parte, el Cristianismo ha tenido una relación de eterna enemistad hacia los musulmanes. La guerra contra el infiel fue el programa político continuo de la Iglesia Católica durante todos los siglos desde la Héjira hasta el fin de la Edad Media, y aún en el siglo XVIII todavía hacía llamados (vanos, por supuesto) a la Cruzada. En el siglo XX dicha actitud se ha desvanecido, pero uno puede legítimamente preguntarse si esto se debe a un cambio de actitud de la Iglesia Católica, o a que simplemente ha perdido demasiado poder como para permitirse el lujo de convocar a una Cruzada. La Iglesia Católica perdió así históricamente una magnífica oportunidad de enmendar sus errores, y por ende, la autoridad moral para condenar a quienes ahora en la actualidad emplean los mismos métodos terroristas que ella utilizó contra los musulmanes. En ese sentido, Benedicto XVI, perdido en sus ensoñaciones teológicas sobre el logos cristiano y sobre la inmanencia de Dios versus la razón, sigue viviendo de espaldas a la Historia. Y quienes no aprenden del pasado, están condenados a repetirlo...

1 comentario:

El ingeniero en el infierno dijo...

Desde el punto de vista católico Benedicto XVI es culpable de diversos pecados capitales a lo largo del discurso, pero sobre todo el de la arrogancia y prepotencia, como ya indicas.
No deja de ser llamativo el que para ilustrar la relación entre razón y fe, sobre la que aparentemente versaba la conferencia, se elija semejante ejemplo habiendo tantos textos de teólogos clásicos y modernos que podrían haber servido mucho mejor. Claro que con las referencias al bizantino se las podía dar de erudito, mientras que seguramente se atragantaría si tuviera que citar a Theilard de Chardin.

Enhorabuena por tu blog. Ha sido todo un descubrimiento.