02 abril 2006

JUAN PABLO II (4 DE 4): LA SUPERESTRELLA.

Hoy día se conmemora el primer año de la muerte de Juan Pablo II. A lo largo de estas semanas, El Ojo de la Eternidad ha elaborado una reseña biográfica suya. En esta cuarta entrega, El Ojo de la Eternidad la completa examinando las obras de su Pontificado y haciendo una valoración del mismo.

ENTREGAS ANTERIORES:
Juan Pablo II (1 de 4): El polaco.
Juan Pablo II (2 de 4): El sacerdote.
Juan Pablo II (3 de 4): El Papa.

UN PAPA PARA LOS OCHENTAS.
Juan Pablo II fue una figura de indiscutible peso mundial en la década de 1980, por una serie de circunstancias. No es demasiado aventurado pensar que Wojtyla hubiera sido un Papa mediocre, e incluso olvidado como tantos otros, de haber llegado antes o después al Pontificado.
En primer lugar, sus ideas derechistas calzaban a la perfección con la situación política mundial. Tres años después de la llegada de Juan Pablo II al poder, en 1981, lo hacía el Presidente Ronald Reagan, de Estados Unidos. El lenguaje político de Reagan era religioso al máximo: calificó a la Unión Soviética de "imperio del mal". No es casualidad que con él comenzaran los telepredicadores una verdadera edad de oro. Reunidos en su empeño común para liquidar a la Unión Soviética, Reagan y Juan Pablo II se hicieron grandes aliados. Sería un error considerar a Juan Pablo II un Papa que apoyaba las dictaduras militares de Latinoamérica, pero no es menos cierto que se limitó a simples llamados de atención para con la mayoría de ellas, sin que el tema de la democratización del continente le quitara demasiado el sueño.
En segundo lugar, el mundo atravesaba una oleada de resurgimiento religioso. La punta de lanza de ese fenómeno la marcó el Ayatollah Jomeini, en Irán, pero también Juan Pablo II pudo subirse holgadamente a la ola.
En tercer lugar, Juan Pablo II había sido actor, y por tanto, conocía la importancia de las comunicaciones. Fue, por tanto, uno de los primeros en aprovechar la revolución telemática que surgió en los '80. Bajo su Pontificado, el Vaticano se abrió profundamente a las comunicaciones, y cuando empezó a masificarse Internet, manifestó un interés único por aprovechar esa nueva vía para propagar el mensaje católico, lo que contrasta con la desidia mostrada por muchos gobiernos por plegarse a las "nuevas tecnologías". El propio Juan Pablo II usó sus dotes actorales para convertirse él mismo en un personaje, el del líder sabio que habla pausadamente a las multitudes.
Adicionalmente, se promovió la faceta de Juan Pablo II como "joven deportista". Era ciclista y esquiador, y por tanto, estaba a tono con la década en que prosperaron las supermodelos que promocionaban el cuidado del cuerpo con apretadas mallas de gimnasia.

SUS ÚLTIMOS AÑOS.
El que Juan Pablo II fuera un Papa tan mediático, le jugó una mala pasada. Muchos Papas antiguos habían sido hombres viejos y achacosos, y por tanto, plagados de enfermedades del cuerpo y de la mente. Pero tales cosas quedaban entre las paredes del Vaticano, mientras que las enfermedades y dolencias de Juan Pablo II se convirtieron en noticia mundial. Todo el mundo fue testigo de como el hombre fuerte y juvenil de 1978, envejecía y era carcomido por una serie de males degenerativos.
A esas alturas, un completo equipo alrededor de Juan Pablo II, capitaneado por Joseph Ratzinger, tomaron el relevo en las sombras. Juan Pablo II seguía saliendo en cámara, pero los voceros vaticanos "traducían" lo que él había querido decir. La superestrella del Vaticano era un fetiche en vida, y lo siguió siendo hasta su muerte. El hombre que dejó el mundo en 2005, a los 85 años de edad, era un viejo acabado del que a duras penas podía decirse que mantuviera algún grado de lucidez.
Pero aún así, Juan Pablo II era lo mejor que le había pasado a los partidarios de la autocracia papal en años. De manera que se llevó a cabo una profunda campaña mundial por perpetuar su recuerdo. Incluso se le inventaron hazañas, como por ejemplo el mito de que "fue el hombre que derrumbó el Muro de Berlín", cuando para cualquier persona medianamente informada es obvio que esto sucedió por diversas razones de orden económico, no por la influencia del Papado. Se intentó llamarle "Juan Pablo el Grande", e incluso se saltaron groseramente las reglas vaticanas para una canonización, impulsando ésta apenas hubo fallecido, en vez de esperar los cinco años reglamentarios. La superestrella había terminado por comerse al hombre.

¿FUE VERDADERA GLORIA?
Siendo a estas alturas Juan Pablo II más un mito que un hombre, acumula tanto defensores fanáticos como detractores inclaudicables. ¿Fue verdaderamente un ángel caminando sobre el mundo, o el déspota hipócrita que pintan sus enemigos? Probablemente ni lo uno ni lo otro.
Lo cierto es que el Papado de Juan Pablo II, aunque no fue un fracaso, estuvo lejos de ser un éxito. Su legado fue, por decir lo menos, bastante discutible. Intentó llevar a cabo una profunda renovación moral interior de los cristianos, pero se vio salpicado por los escándalos de los sacerdotes pedófilos en todo el mundo, en tal cantidad que cuesta pensar en que no hubiera estado mínimamente informado de ello. Trató de fortalecer la autocracia papal para reforzar el poder de la Iglesia Católica, y en consecuencia, las vocaciones sacerdotales disminuyen aceleradamente, al tiempo que el propio Papa se transformó en prisionero, en sus últimos años, de la red de secretismo vaticano. Intentó una postura cautelosa, y a veces francamente negativa, en torno a temas científicos, pero no le quedó más remedio que usufructuar de éstos para llevar a cabo la renovación mediática del Vaticano. Trató de uniformar doctrinalmente a la Iglesia, y sólo consiguió incubar una sorda rebelión entre católicos muy críticos de izquierda, y también de la ultraderecha de los lefevristas. En resumen, cada una de las cosas que intentó reforzar en la Iglesia Católica, terminó por socavarla.
Cuesta pensar, con los antecedentes biográficos que se tienen de Karol Wojtila, que haya sido un Papa sediento de poder, o un vulgar ambicioso, al revés de lo que podría pensarse de Benedicto XVI, cuyo rostro triunfalista es un insulto a quienes recuerdan que Cristo dijo: "que el más grande de ustedes se haga servidor de los demás. Porque el que se hace grande será rebajado, y el que se humilla será engrandecido" (Mateo 23:11-12). El papado de Wojtyla presenta todas las características de una tragedia griega, en la cual los protagonistas tratan de torcerle la mano al destino, sin percatarse siquiera de que cada paso que dan, lo único que hace es acercarlos aceleradamente a ese encuentro con el destino. Entonces, ni héroe ni villano, simplemente un ser humano con buenas intenciones, pero profundamente equivocado en los métodos.

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