23 marzo 2006

JUAN PABLO II (2 DE 4): EL SACERDOTE.

Nadie puede dudar de que Juan Pablo II es uno de los más importantes personajes de la Iglesia Católica en el siglo XX. En vísperas de cumplirse un año de su muerte, en El Ojo de la Eternidad hemos iniciado una serie de artículos que hacen una pequeña biografía de este personaje. En la entrega anterior, detallábamos cómo su condición de polaco, y sus primeros años, influirían en su carácter y temperamento. En esta entrega, El Ojo de la Eternidad detalla cómo llegó al sacerdocio, y cómo fue construyéndose su ideología personal.


[IMAGEN SUPERIOR: Retrato de Juan Pablo II al óleo, pintado por Oleg Ravdan].

ENTREGAS ANTERIORES:
Juan Pablo II (1 de 4): el polaco.

WOJTYLA ARTISTA.
La Segunda Guerra Mundial estalló cuando Karol Wojtyla se acercaba a la veintena. Era en esa época un joven lleno de inquietudes y sensibilidad. Algunos sacerdotes habían descubierto ya en él una vena apta para el sacerdocio, pero los planes de Wojtyla eran algo más mundanos. Para Wojtyla, la única salida a su temperamento quizás excesivamente hipersensible, era vaciarlo en letras de molde. Es decir, ser un artista.
La guerra cambiaría muchas cosas, por supuesto. En 1939, luego de apenas un mes de combates, la vieja y romántica caballería polaca sería diezmada por el poder moderno de las Panzerdivisionen alemanas. La ocupación de Polonia por parte del Tercer Reich duraría hasta 1945. Y sería enormemente cruenta. Los nazis comenzaron en Polonia sus labores para eliminar a los judíos. La respuesta fue la rebelión del Ghetto de Varsovia, en 1943, rebelión tan heroica como desesperada, por cuanto fue ahogada en un baño de sangre.
El artista rebelde que había en Wojtyla, encontró veta fértil por aquellos años. Escribió algunas obras teatrales que pasaron sin mayor trascendencia. En la década de 1980, una vez que Karol Wojtyla se hubo convertido en Papa Juan Pablo II, algunos avispados productores aprovecharon de rescatarlas y hacer algunos telefilmes con ellas, los cuales, una vez más, tampoco resultaron ser exitosos, más allá de la curiosidad inicial por saber qué cosas escribía Juan Pablo II, antes de ser Juan Pablo II.
También emergió el nacionalista en Wojtyla. Se rebeló contra el Tercer Reich, pero no como un partisano. Montaba obras teatrales con una compañía, en un régimen de semiclandestinidad. La actividad teatral ha sido desde siempre un foco de rebeldía política, bajo ciertas condiciones. Nunca se insistirá lo suficiente en lo importante que fue este período en la vida posterior de Juan Pablo II, debido a la adquisición y desarrollo de sus facultades teatrales y actorales, dotes que décadas después, en pleno auge de las telecomunicaciones, resultarían decisivas para construir la imagen del Papa carismático con el cual se lo conocerá después.
También Juan Pablo II entró en contacto más profundo con el mundo obrero. Su propia experiencia como tal, en los días de su pontificado, le llevaría a tratar de acercarse a los más humildes, aunque de una manera un tanto peculiar, como tendremos ocasión de apreciar.

EL SACERDOTE.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, Polonia cayó bajo el régimen de la ocupación soviética. Aunque nominalmente independiente, en los hechos la independencia que Polonia había obtenido en la Primera Guerra Mundial, se había terminado.
Sumado a eso, falleció el padre de Wojtyla. Todo esto llevó a Karol, que por ese entonces había sobrepasado el cuarto de siglo, a hacerse algunos cuestionamientos vitales. Curiosamente, fue en la Iglesia Católica donde encontró nuevos cauces para su rebeldía, ahora que la vida actoral y literaria no parecía satisfacerle.
Seguir el curso de sus cambios psicológicos en aquellos años no es labor especialmente difícil. Las personalidades autoritarias tienden a estructurar al mundo de manera jerárquica: alguien manda, y alguien obedece. Wojtyla no quería que los nazis o los soviéticos mandaran. Por tanto, tenía que mandar él. La única manera de conseguirlo era uniéndose a algo que representara bien a Polonia: es decir, por tradición nacionalista polaca, la Iglesia Católica. No es el primero con personalidad autoritaria que se une de esa manera a una institución autoritaria (o bien la crea, aunque éste no es el caso).
Hasta ese minuto, a pesar de su vocación literaria, lo cierto es que Karol Wojtyla había resultado ser un hombre carente de grandes ideas. Era más bien el prototipo de personaje de acción, hábil para hacer cosas más que para ideologizar sobre ellas. Una muestra de esto se encuentra en su afición por el deporte, la cual es bastante inusual entre el grueso del sacerdocio. Este carácter de hombre de acción le otorgó dentro de la Iglesia Católica el éxito que no había alcanzado en las tablas. En aquellos años, pertenecer a la Iglesia Católica en Polonia significaba alistarse de manera automática contra el régimen soviético de ocupación. En la década de 1950, Wojtyla se haría de un nombre importante como decidido opositor a los soviéticos. Comenzó a surgir entonces una de las facetas más criticadas de Wojtyla: el derechista.

LAS OPCIONES TEOLÓGICAS.
Con todos estos antecedentes, no es raro que Karol Wojtyla haya enfilado sus ideas hacia la derecha. En primer lugar era antisoviético, de manera que no podía alistarse con la izquierda. En segundo lugar era una personalidad autoritaria, cuyo temperamento venía reforzado por una institución autoritaria y jerárquica, cual era la Iglesia Católica, y en donde por primera vez podía hacer cosas, no simplemente reaccionar como ante la muerte de su madre, su hermano y su padre, o ante la ocupación alemana. Es decir, Wojtyla encajó a las maravillas dentro de la Iglesia Católica, y terminaría enrolándose dentro de la línea de pensamiento más conservadora.
En los años del Concilio Vaticano II (1962-1965), la Iglesia Católica vivió una profunda división. El Papa Juan XXIII era consciente de la profunda necesidad de reformas. Había un fuerte movimiento teológico que postulaba sin ambages que la Iglesia Católica debía atender no sólo a la salvación de las almas, sino también al bienestar de los cuerpos, lo que está expresado a cabalidad en la Encíclica "Mater et Magistra", de Juan XXIII (1958-1963). En el bando contrario estaban quienes propugnaban una visión clásica, tridentina, espiritualista y ultramundana de la Iglesia Católica, según la cual primero ha de buscarse el Reino de los Cielos, y después todo lo demás habrá de llegar por añadidura.
En esta segunda línea se inscribiría Juan Pablo II. Podría pensarse que su experiencia con el mundo obrero podría promoverle en otra dirección, pero no se daban las condiciones para esto. En primer lugar, a pesar de que Polonia era una especie de "Europa de segunda clase", el obrero polaco estaba en muchas mejores condiciones, dentro de lo que cabía, que el obrero del Tercer Mundo, y no es casualidad que es en el Tercer Mundo en donde surgieran con mayor fuerza los movimientos socializantes al interior de la Iglesia Católica. En segundo lugar, Wojtyla era antisoviético, y los soviéticos habían hecho del movimiento obrero su bandera de lucha (en los dichos, por lo menos), por lo que Wojtyla, por reacción, tenía que afiliarse en el bando contrario. En tercer lugar, sostener que la lucha por la dignidad del obrero debía traducirse en una lucha material implicaba un cierto ideal de igualdad social que iba contra el autoritarismo propio de la personalidad de Wojtyla. O sea, Wojtyla simpatizaba con los obreros, pero no podía hacerse partícipe de su causa.
Sea como fuere, una vez más quedó claro que Wojtyla no era hombre de ideas profundas. En el Concilio Vaticano II llamó la atención por su juventud y convicciones, pero no por la especial profundidad de sus ideas. En ese sentido, quien se llevó la palma fue Joseph Ratzinger, quien con el correr del tiempo se transformaría en un gran aliado de Juan Pablo II, pero que en ese tiempo estaba inscrito en la trinchera contraria, entre los reformistas.

(LA TERCERA ENTREGA DE ESTA SERIE, "EL PAPA", SERÁ PUBLICADA EL PRÓXIMO JUEVES 30 DE MARZO, EN EL OJO DE LA ETERNIDAD).

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