08 febrero 2006

VIÑETAS DE MAHOMA: EL PRIVILEGIO DE SER MUSULMÁN.

La semana pasada, un incidente tan baladí como la publicación de unas viñetas que caricaturizan a un personaje histórico fallecido hace catorce siglos, ha desatado nuevos disturbios religiosos. Los fanáticos musulmanes se han sacado la careta, y han comenzado una serie de protestas, tratando de dar un nuevo paso en la instauración de una dictadura coránica mundial. El Ojo de la Eternidad explora un poco los entresijos de este nuevo choque de sensibilidades religiosas y fanatismo cavernícola mundial.



[IMAGEN SUPERIOR: Las caricaturas de Mahoma que son consideradas ofensivas por los musulmanes, publicadas por el diario noruego Magazinet, el inicio de los grandes males de esta oleada fanática].

LAS CARICATURAS DE LA DISCORDIA.
Todo partió el 30 de septiembre pasado, cuando el diario danés Jyllands-Posten publicó unas caricaturas de Mahoma que la comunidad musulmana consideró ofensivas, incluyendo la más polémica de todas, una en que Mahoma aparece representado con un turbante que es, al mismo tiempo, la mecha de una bomba. El asunto motivó protestas por parte de los musulmanes, ante las cuales el gobierno danés decidió no pedir disculpas.
Hasta ahí todo iba más o menos como se supone que deben marchar en una comunidad democrática. Sin embargo, el 30 de Enero, el diario noruego Magazinet publicó también las viñetas. El resultado de esta "onda expansiva editorial" fue el inmediato estallido de una creacción fanática intolerante por parte de grupos fundamentalistas musulmanes. Empezaron así las protestas... manifestaciones francamente agresivas contra embajadas de países occidentales en el mundo islámico. En Siria, fue incendiada la embajada de Dinamarca. Como ésta compartía edificio con las embajadas de Suecia y Chile, éstas también resultaron incendiadas, a pesar de que ninguno de estos dos países tenía nada que ver en el embrollo.
Por supuesto que numerosos actores internacionales aprovecharon su oportunidad para tener alguna figuración. El Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que después de los desgraciados eventos en torno a los huracanes que azotaron Nueva Orléans en 2005 está en su punto más bajo de popularidad en todo su reinado, se lanzó una vez más a la política del vaquero mundial, culpando derechamente al gobierno de Damasco por no tomar las medidas de seguridad pertinentes. Más allá de si Bush tiene o no razón, es bien sabido que éste ha presionado desde la caída de Saddam Hussein al gobierno sirio, buscándole las cosquillas por todos los medios, para continuar su cruzada fundamentalista cristiana en Medio Oriente.
El Vaticano aprovechó también de entregar su opinión. Siguiendo su política de "hoy por ti, mañana por mi" (como si los musulmanes fanáticos fueran a respetarla), proclamó la necesidad de respetar las convicciones religiosas fundamentales de las personas. Algo que calza muy bien con la mentalidad fundamentalista de Benedicto XVI, otro fanático religioso que le gustaría ver a toda Europa esclavizada bajo la férula de hierro de la Iglesia Católica (la prueba de su fanatismo religioso emana de la lectura atenta de su primera encíclica, que analizamos ya en EODLE).
Otras reacciones son más pintorescas. Como la de la Liga Arabe-Europea, que optó por publicar una caricatura post coitum de Hitler en la cama con Ana Frank, diciendo: "Escribe esto en tu diario, Ana". Supuestamente, eso debería ser ofensivo (probablemente para algunos europeos lo sea, en particular judíos).

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN VERSUS LA LIBERTAD RELIGIOSA.
Lo que está en juego en toda esta cuestión, es el viejo problema de la "tolerancia de los intolerantes". Formulada en forma de pregunta, sería algo así: ¿de qué manera, en una sociedad democrática y tolerante, podemos ser consecuentes tolerando a aquellos que, de tener la posibilidad, destruirían la democracia y la tolerancia? En términos puramente éticos, la cuestión no tiene manera de ser resuelta. Todos los valores preconizan ser absolutos, pero para armonizar o compatibilizar dos valores fundamentales contrapuestas, no queda más remedio que relativizar, y postular que en algunos casos se debe sacrificar un valor por otro. ¿Cuál es, entonces el valor supremo en este caso?
Este no es sino el enésimo episodio en el cual la libertad de expresión choca con las sensibilidades religiosas. Le pasó a Galileo Galilei, cuando intentó publicar su tratado sobre Astronomía y la Iglesia Católica lo condenó a reclusión domiciliaria. Le pasó a los enciclopedistas del siglo XVIII, cuando intentaron publicar en su Enciclopedia artículos que iban en contra de la Iglesia Católica.
Incluso, desde cierto punto de vista, sigue pasando en la Europa de hoy. A seis décadas de terminada la Segunda Guerra Mundial, existen en varios países, y muy en particular en Alemania, severas leyes que limitan la libertad de expresión en lo que se refiere a hacer apología y propaganda del Nazismo, del Holocausto, o de grupos neonazis. Leyes que son completamente antidemocráticas, pero que buscan proteger la democracia de aquellos que son antidemócratas... En muchos aspectos, el Nazismo es también un movimiento religioso, y por ende, el fanatismo nazi tiene harto en común con el fanatismo religioso. Del otro lado de la trinchera está el fanatismo por el Holocausto, quienes critican todo lo que tienda a hacer bajar a los judíos de un pedestal de "pueblo bendecido por Dios", como lo experimentó la gente que rodó "La caída" ("Der Untergang") o "Münich", sólo porque son un poquito condescendientes con "el otro lado" de la trinchera.
El problema, como puede verse, es viejo, y no tiene trazas de resolverse en un futuro cercano. Si es que alguna vez puede solucionarse.

EL FANATISMO.
La mecánica de todo esto es tan vieja que resulta hasta aburrido explicarla. Se trata de una nueva muestra de fanatismo e intolerancia religiosa, promovida por aquellos grupos cuya mentalidad no ha evolucionado desde la Edad de Piedra. Es el mismo fenómeno que hemos visto en otras religiones, cuando telepredicadores como Pat Robertson demanda en nombre de Dios el asesinato de Hugo Chávez, o como Benedicto XVI pontificando en nombre de verdades sagradas que cree entender muy bien.
En el fondo, lo insultante de la mentalidad del fanático religioso es su sentimiento de superioridad. El fanático religioso se siente tocado de la gracia divina, y por tanto, legitimado para exigir y obligar, por la fuerza y el terror incluso, determinadas conductas y comportamientos. Sintomáticamente, dichos comportamientos siempre son restrictivos en grado sumo de la libertad de las personas, lo que es una manera de mantenerlas amarradas a Dios, lo que es sinónimo de, a su intermediario. O sea, los fanáticos, sean musulmanes o de cualquier otro tipo, en el fondo son almas míseras, que tratan de afirmar su propia identidad, que saben triste y vacía porque nada han hecho con ella, tratando de imponerse como interlocutores válidos de un Dios sobre el cual, sin embargo, no pueden ofrecer la más mínima prueba. Ahora bien, el fanático puede o no seguir sus propias reglas. Si lo hace, siendo éstas restrictivas, entonces se trata de una mentalidad neurótica que trata por todos los medios de construirse una realidad a su amaño, para sentir al menos un dejo de seguridad en el mundo. Si no lo hace, entonces es un psicópata que cree que existen dos juegos de reglas, uno para el resto del mundo y otro para él. En cualquiera de los dos casos, el fanático es una persona con graves disfunciones mentales. En ese sentido, tomar en serio sus reclamos es algo tan ilógico como hacerlo con las pretensiones de un loco cualquiera.
En ese sentido, la supervivencia de la sociedad occidental exige que los fanáticos musulmanes que han perpetrados ataques contra embajadas, en contestación a lo que es el legítimo uso de la libertad de expresión en una democracia occidental, sean castigados con todo el rigor posible, no por ser musulmanes, que dicha religión es tan respetable como cualquiera otra, y en ella, como en todas partes, se encuentran tanto fanáticos como gentes moderadas y de bien, sino por ser fanáticos quienes realizan estos actos, y por tanto, por ser personas psíquicamente enfermas, y quizás irrecuperables para la gran comunidad humana.

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