12 enero 2006

EL SIONISMO.

La reciente enfermedad del Premier israelí Ariel Sharon ha vuelto a poner sobre la palestra la incertidumbre sobre el destino de israelíes y palestinos, un destino conjunto que empezó a forjarse a finales del siglo XIX, cuando el judío Theodor Herzl inventó el Sionismo. El Ojo de la Eternidad explica las claves para entender esta reivindicación política y religiosa de uno de los movimientos más fanáticos y fundamentalistas del siglo XX... que sigue bien vivo en el XXI.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: Retrato de Theodor Herzl, fundador del movimiento sionista, a finales del siglo XIX].

JUDAÍSMO Y SIONISMO.
Aunque a primera vista puedan parecer lo mismo, Judaísmo y Sionismo no son lo mismo. El Judaísmo es una religión, tan respetable como lo pueda ser cualquiera otra. El Sionismo, por su parte, es un programa político bien definido, que se relaciona con los judíos. En ese sentido, puede afirmarse que se puede ser judío sin ser sionista, pero que la fórmula contraria (ser sionista sin ser judío) es muy difícil, muy probablemente imposible, ya que en tanto concierne a los judíos, un no judío puede no tener mucho interés en el triunfo de la causa sionista, e incluso oponerse a ella, si se es un directamente perjudicado por la misma (como los palestinos). De hecho, así como hay judíos que son ardientes defensores del Sionismo, otros lo atacan con virulencia, como una traición a la esencia misma del Judaísmo.
Siendo un tanto simplistas, puede resumirse el programa político sionista en dos premisas básicas. Por una parte, el Sionismo plantea la necesidad de que exista una patria o Estado Nacional que sea un "hogar nacional judío", un país "tan judío como Inglaterra era inglesa" (en palabras de Winston Churchill). En segundo, esa patria judía no es otra sino la Tierra Prometida o el Sión histórico, la Palestina en donde hubo un Estado judío hace la friolera de dos a tres milenios atrás. Sin mucho análisis, ambos postulados son, por decir lo mínimo, peregrinos. ¿Cómo es posible que alguien, por muy judío que sea, haya llegado a tener ideas tan absurdas? Como siempre, la culpa es de una determinada concatenación de hechos históricos, que desembocaron en la situación actual, en donde a consecuencias del Sionismo, Palestina está dividida entre dos facciones, israelíes y palestinos, enfrentados a muerte.

LA DIÁSPORA JUDÍA.
El Judaísmo nació como una muy peculiar evolución del Yavismo, la religión nacional de un pueblo ya extinguido, los hebreos. Después de la catástrofe que hundió al Imperio Hitita y postró al Imperio Egipcio, hacia el año 1190 a.C., una serie de pueblos intermedios aprovecharon el vacío de poder para meterse en una carrera por la supervivencia. Entre ellos estaban los hebreos, adoradores de una deidad nacional llamada Yahveh, quienes un par de centurias después habían conseguido apoderarse de toda Palestina. El poderío hebreo, plenamente representado en el Templo de Jerusalén construido por el Rey Salomón, duró muy poco. A la muerte de este rey, el reino hebreo se dividió en dos, decayó, y fue pasto sucesivo de varios conquistadores extranjeros, hasta que finalmente el Imperio Romano dispersó sus restos a los cuatro vientos, después de las fracasadas rebeliones de los años 70 y 135 d.C.
En el intertanto, el Yavismo nacionalista hebreo había evolucionado en una religión de corte universalista, el Judaísmo. En ese sentido, el Judaísmo hubiera podido ser una religión ecuménica como el Cristianismo, abierta en principio para todos los seres humanos de la Tierra, pero el fracaso hebreo en crear un poderoso estado nacional convirtió al Judaísmo en una "religión de claustro", útil para transmitir una identidad como "pueblo en el exilio", pero no para captar nuevas almas. En ese sentido el Judaísmo, lejos de lanzarse a una labor "evangelizadora", se retrajo en un orgulloso aislamiento. El resultado fue que judíos y gentiles se entendieron muy mal, y siendo los judíos una minoría dispersa (una "Diáspora"), fueron ellos los perseguidos y acosados en todas partes.
En este contexto, pasados dieciocho siglos desde el desplome de las últimas esperanzas nacionalistas hebraeas hasta el surgimiento del Sionismo, el sentimiento de "crear una patria nacional judía" había desaparecido casi por completo. Cuando los judíos fueron expulsados de Inglaterra en 1290, por ejemplo, no discurrieron marcharse a Palestina, sino que se refugiaron en Europa del este, mientras que cuando fueron expulsados de España entre los siglos XV y XVI, tampoco hicieron otro tanto, sino que se marcharon a Italia, Holanda y el Imperio Otomano (sus descendientes, los sefarditas, siguen existiendo incluso hoy, y hablan una variedad muy antigua del castellano).

NACIONALISMO Y SIONISMO.
En la Europa del siglo XIX, las cosas cambiaron. El surgimiento de un poderoso movimiento nacionalista llevó al incremento del antisemitismo, ya que si bien podían no ser herejes contra el cristianismo, sí que podían ser "traidores a la patria", como crudamente lo demostró Hitler al inventar la leyenda de la "puñalada por la espalda" que los judíos le habrían pegado a los alemanes, para justificar la persecusión nazi. En este contexto, algunas afiebradas cabezas judías discurrieron la posibilidad de no ser molestados por los odiosos gentiles, por la vía de construir una "patria judía" que acogiera a todos los judíos del mundo.
El responsable de darle cuerpo a estas ideas fue un intelectual llamado Theodor Herzl (1860-1904). Nacido en Budapest, se tituló de abogado en Viena, y ejerció como corresponsal de prensa en París de un periódico liberal austríaco. Estando en Francia fue testigo del llamado Affaire Dreyfuss, en donde un capitán francés de tal apellido, y de origen judío, fue injustamente acusado de traición a la patria, y usado como chivo expiatorio para encubrir a otros altos jerarcas. Herzl se convenció entonces de que la asimilación de los judíos al mundo gentil no era la solución, porque según él, el antisemitismo era un elemento inmutable dentro de la mentalidad gentil, postulando entonces que los judíos del mundo deberían emigrar masivamente a una nueva tierra en donde pudieran fundar su propia patria.
Expuso sus ideas en un libro llamado "Der Judenstaat" ("El Estado Judío", 1896), en donde proponía un programa completo para la fundación de una organización internacional judía, destinada a crear el estado nacional judío. Esta organización se creó, en efecto, y es la Organización Sionista. Después, en 1902, publicó su novela "Altneuland" ("Vieja Nueva Tierra"), una obra utópica en donde describía el futuro estado nacional judío, su política, su organización institucional, etcétera (Herzl era abogado, a fin de cuentas). Según Herzl, la unión del esfuerzo judío a la ciencia y tecnología crearían una especie de utopía socialista, que sería una especie de luz para las restantes naciones. Es decir, el Sionismo estaba inficcionado desde el comienzo del nacionalismo decimonónico más ramplón, aquel que hacía a los alemanes pretender convertir a Alemania en el centro del mundo, a los franceses hacer lo mismo con Francia, y así sucesivamente.
El destino del Sionismo quedó sellado en 1905, durante el Séptimo Congreso Sionista. No todos los judíos estaban de acuerdo con el Sionismo, y de hecho, la escuela quietista de los Agudath Israel planteaban no pasar a la acción directa, como los sionistas, sino esperar tranquilamente a que Dios llevara a cabo finalmente sus designios. Pero como aún así el Sionismo cobraba bríos por momentos, el gobierno británico ofreció a los judíos un hogar nacional en Uganda (Africa Oriental), el 14 de Agosto de 1903. Con ello zanjaban la cuestión sionista de raíz, ganando de paso la posibilidad de tener un "estado satélite" judío en dichas tierras. La cuestión fue muy debatida entre los sionistas, pero al final éstos decidieron, en el mencionado 1905, que si iban a construir un hogar nacional, éste sería en Palestina. Con lo que empezaron los problemas.

EL SINIESTRO CUMPLIMIENTO DE LA ESPERANZA SIONISTA.
El Sionismo hubiera quedado acaso como una rareza histórica, de no ser por la Primera Guerra Mundial. Los judíos eran un factor muy importante dentro de la política inglesa y estadounidense, debido a que judíos prominentes como los banqueros Rothschild estaban muy bien conectados en el mundo financiero de Estados Unidos e Inglaterra. De ahí que, para congraciarse con ellos, Inglaterra poronunciara la famosa Declaración Balfour (1917), en que se prometía a los sionistas su anhelado hogar nacional en Palestina. Además, los británicos tenían en la mira la necesidad de desmembrar al Imperio Otomano, que en la Primera Guerra Mundial había participado del lado alemán, y para eso, nada mejorq ue instalar aliados en los antiguos territorios otomanos (Palestina lo era). O sea, todos ganaban, británicos y judíos... salvo los palestinos, ocupantes milenarios de aquellas tierras, que de pronto vieron como las compuestas de la inmigración judía se abrieron de par en par. En realidad, los judíos ya habían comenzado a infiltrarse desde el surgimiento del sionismo, fundando sus colonias kibbutz, pero desde la Primera Guerra Mundial el proceso se aceleró, por el apoyo institucional británico a la causa sionista.
De este modo, a la vuelta de pocos años, se creó una substanciosa comunidad judía en Palestina, que empezó a violentar a los palestinos allí residentes, que eran inocentes de todas estas maniobras políticas.
Después del cataclismo social que representó el Holocausto, el exterminio sistemático e inhumano de seis millones de judíos en la Europa del Tercer Reich, las cosas se precipitaron. Estados Unidos e Inglaterra ganaban mucho con la creación de un nuevo Israel: creaban un estado "vasallo" en el Medio Oriente que fuera un tampón contra la Unión Soviética, contentaban a los magnates judíos de sus respectivas naciones, y de paso hacían relaciones públicas ante una opinión pública internacional hondamente sensibilizada con el drama que los judíos habían vivido durante la Segunda Guerra Mundial. Así, en 1948, se le dio el vamos a un flamante nuevo Estado judío: Israel.
Las consecuencias no se han hecho esperar: cuatro guerras internacionales (1948-49, 1956, 1967 y 1973), terrorismo internacional a gran escala, y lo peor, desplazamiento de enormes cantidades de palestinos refugiados. El último episodio de este drama, a la fecha, lo protagonizó el Primer Ministro de Israel, Ariel Sharon, cuando en 2002, sin mediar provocación palestina alguna, se dio un paseo por un sector de Jerusalén muy simbólico para los musulmanes (la llamada "explanada de las mezquitas"), con alta exposición mediática, a fin de presionarlos psicológicamente e inducirlos a un estallido de violencia que dura hasta el día de hoy.

¿ERA NECESARIO TODO ESTO?
Aunque en EODLE privilegiamos los hechos por sobre las cuestiones éticas, cabe al menos hacer una revisión somera de la legitimidad del Sionismo. Hay dos alternativas para justificar el Sionismo desde el punto de vista moral. Una de ellas es la teoría de que los judíos debían ser reparados por el sufrimiento milenio que les ocasionó el antisemitismo y sus promotores. Sin embargo, por pura lógica, este sufrimiento no tiene por qué ser compensado causándole un sufrimiento idéntico (quizás no en "tamaño", pero sí en entidad moral) a un tercer pueblo que nada tiene que ver con todo el asunto, como es el caso de los palestinos. La segunda posibilidad es considerar que el derecho que tienen los sionistas a un "hogar nacional" en Palestina es preferente porque en realidad ellos son el Pueblo Elegido, interpretación que entra dentro de todo lo terreno religioso, y que en definitiva no es más que una actualización de los viejos argumentos esgrimidos a favor de la Guerra Santa: mi religión es superior a la tuya, yo soy un creyente y tú eres un infiel, etcétera. Por supuesto que de dicha superioridad hay tantas pruebas como de la superioridad de la confesión católica sobre las restantes, o de los nazis sobre los "no arios", es decir, ninguna.
Y lo que es peor: el antisemitismo que los sionistas esgrimían como justificación, ha amainado grandemente durante el siglo XX. De este modo, muchos judíos han podido asimilarse y prosperar sin problemas en el mundo occidental. Pocas personas se detienen a pensar que son judíos, o al menos proceden de familias judías, gentes tan prominentes como los científicos
Albert Einstein, Robert Oppenheimer (el padre de la bomba atómica), Stephen Jay Gould, Carl Sagan, Paul Ehrlich, Paul Samuelson (el economista), Ilya Prigogine (el físico) y Jonas Salk (el inventor de la vacuna contra la poliomielitis), los músicos clásicos y populares Leonard Bernstein, Sammy Davis Jr., Paula Abdul, Bob Dylan y George Gershwin, los escritores Franz Kafka, Isaac Asimov, el dibujante Art Spiegelmann, los showman Harry Houdini, Jerry Seinfeld y Marcel Marceau, la empresaria Estée Lauder, los directores Steven Spielberg, Barry Levinson y Mel Brooks, y los actores y actrices Natalie Portman, Goldie Hawn, Alicia Silverstone, Ellen Barkin, Lisa Bonet, Roseanne Barr, Lauren Bacall, Dustin Hoffman, Shirley Temple y William Shatner. Y pocos de ellos, si es que alguno, puede considerarse un sionista.
Como escribió Isaac Asimov en sus "Memorias", enrostrando a un sionista: "Es un error pensar que porque un grupo haya sufrido una gran persecusión, esto sea una señal de que son virtuosos e inocentes. Podrían serlo, sin duda, pero el proceso de persecusión no es prueba de ello. La persecusión simplemente demuestra que el grupo perseguido es débil. Si hubiesen sido fuertes, por lo que sabemos nosotros, podrían haber sido los perseguidores". Y muy en el fondo del Sionismo y la doctrina de un Eretz Israel para los judíos, late justamente esa convicción, de que los judíos son puros, inocentes y superiores.

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