04 septiembre 2005

DOCUMENTO: LAS "AMISTOSAS" PALABRAS DE ENRIQUE IV AL PAPA GREGORIO VII.

El 27 de Marzo de 1076, en medio de la candente Querella de las Investiduras, el Emperador de Alemania, Enrique IV, se dirigía de esta manera al Papa Gregorio VII, defendiéndose de lo que consideraba una usurpación de sus atribuciones, por medio de esta carta:

Enrique, rey no por usurpación, sino por pía ordenación divina, al Hildebrando, ya no apostólico, sino falso monje:

Este saludo te has merecido por tu confusión, tú que ningún orden en la Iglesia dejaste, que no hicieras partícipe de confusión en vez de honor, de maldición en lugar de bendición. En efecto, para decir muchas cosas en pocas y adecuadas palabras, no sólo no has temido tocar a los dirigentes de la santa Iglesia, cuales son los arzobispos, obispos y presbíteros –ungidos del Señor–, sino como a siervos que no saben lo que hace su señor, los has hollado con tus pies, comprándote así el favor popular. Según tú, ellos no saben nada, tú sólo lo sabes todo: ciencia que no estudiasta para edificación, sino para destrucción. Es como para creer que san Gregorio, de quien usurpas el nombre, profetizó de ti cuando dijo: “Muchas veces el ánimo del prelado se exalta por la cantidad de sus fieles y estima que sabe más que todos, cuando toma conciencia de que puede más que todos”. Nosotros hemos soportado estas cosas, procurando conservar el honor de la sede apostólica. Pero tú tal vez interpretaste nuestra humildad como miedo y, por tanto, no temiste ignorar la mismísima potestad regia, por Dios a Nos concedida, ateviéndote a amenazar con quitárnosla, como si de ti hubiéramos recibido el reino, como si en tu mano y no en la de Dios estén el reino y el imperio.

Nuestro Señor Jesucristo, que nos llamó al reino, a ti no te ha llamado al sacerdocio. Pues tú escalaste por estas gradas: con astucia, medio tan opuesto a la profesión monástica, conseguiste dinero; con dinero, el favor; con el favor, armas; con armas, llegaste a la sede de la paz, y desde esa sede la paz turbaste, por cuanto has armado a los súbditos contra los prelados, les has enseñado, tú, no llamado, a despreciar a nuestros obispos, por Dios llamados, por cuanto transferiste a los laicos el ministerio episcopal sobre los sacerdotes, a los que ahora pueden condenar y deponer, como si no los hubieran recibido de Dios mismo, a través de la imposición de manos de sus obispos, para ser enseñados por ellos. Incluso a mí, que aunque indigno entre los ungidos, he sido ungido rey, me agraviaste: a mí, que según la tradición de los santos padres, sólo por Dios puedo ser juzgado, y no puedo ser depuesto por otro crimen, sino por uno de fe; ni el mismo Juliano el Apóstata fue juzgado y depuesto por éstos; antes bien, los santos padres, prudentemente, dejaron el asunto en manos de Dios.

El mismo san Pedro, verdadero Papa, proclama: “Temed a Dios, honrad al rey”. Pero tú, que no temes a Dios, dejas de honrar en mi su precepto. Y san Pablo, que ni a los ángeles del cielo deja predicar otra cosa que la verdad, no te ha exceptuado a ti, que predicas otra cosa sobre la Tierra, pues ha dicho: “cualquiera que, yo mismo o un ángel os predique otro evangelio, sea anatema”.

Tú, pues, condenado por este anatema y el juicio de todos nuestros obispos, retírate, deja la sede apostólica usurpada; que otro ascienda al solio de san Pedro, que no introduzca la violencia con pretextos religiosos sino que enseñe la sana doctrina de san Pedro. Yo, Enrique, rey por la gracia de Dios, junto con nuestros obispos, te decimos: desciende, desciende, condenado para siempre.

Lo gracioso del asunto es que, aunque las palabras de Enrique IV sobre su derecho a reinar por gracia divina suenen un tanto arrogantes hoy en día, se ajustan plenamente a lo que se consideraba jurídico en ese tiempo. No en balde, el Emperador era heredero de los Emperadores de Roma, frente a los cuales los obispos de Roma habían empeñado fiera resistencia en la época de las persecusiones, y un dócil servilismo después de que Constantino y sus sucesores los favorecieran construyendo templos y otorgándole diversas prebendas y beneficios.


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